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Desde 2021 un consorcio público-privado —el INTA, organizaciones civiles, universidades y empresas privadas— impulsa en Allen (Río Negro) un centro integral para cultivar, procesar y analizar cannabis medicinal bajo la regulación nacional.

Ese predio, de unas dos hectáreas, será el epicentro de una cadena completa: cultivo de flores, extracción de resina, procesos de laboratorio, secado y producción de derivados.

Hoy el proyecto entra en su etapa final: los equipos ya están instalados, se ultiman habilitaciones de seguridad e higiene, y se prepara la puesta en marcha formal del laboratorio.

Capacidad productiva y trazabilidad rigurosa

El laboratorio proyecta un volumen significativo: podrá procesar hasta 25 kg de flor seca por día, lo que permitiría generar alrededor de 3 kg de resina cruda diarios. Eso se traduce, en estimaciones, en cerca de 500 goteros por jornada, según los responsables.

Detrás de esto hay un plan ambicioso: todo el proceso —desde la semilla hasta el producto final— estará registrado mediante un sistema de trazabilidad, lo que garantiza control, transparencia y certificación.

El esquema incluye agricultura bajo cubiertas, cultivos a campo, secado, laboratorio de extracción y un control sanitario estricto —una estructura muy superior al modelo artesanal.

Impacto para salud, regulación e industria

Este laboratorio representa un salto muy fuerte en la producción de cannabis medicinal local. Hasta el momento muchos insumos debían importarse, con costos elevados y dependencia internacional. Esta infraestructura permite generar materia prima nacional, más accesible y con estándares controlados.

Además, el proyecto aspira a abastecer tanto al ámbito público como privado, facilitando el acceso de pacientes que dependen del cannabis para sus tratamientos.

En clave industrial, abre la posibilidad de consolidar una cadena productiva completa: desde fitomejoramiento y cultivo, hasta extracción, análisis, producción de extractos —con potencial de expandirse a nivel nacional.

Lo que representa este paso

  • Soberanía medicinal: producción local, reduciendo costos y dependencias.
  • Profesionalización del cultivo: trazabilidad, controles sanitarios y estándares de calidad.
  • Ciencia aplicada: posibilidad de investigaciones regionales, desarrollo de variedades adaptadas, estudios agronómicos.
  • Accesibilidad: con producción nacional, más personas podrían acceder a tratamientos regulados.
  • Modelo replicable: puede servir como ejemplo para otras regiones del país.